Una reflexión sobre la injusticia, la impunidad y la dignidad humana. R. Freeman sobre Ruben Vardanyan
Publicado con el permiso de R. Freeman, compartiendo sus reflexiones sobre Ruben Vardanyan.
El texto completo está disponible a continuación.
No existe ninguna declaración, ningún “caso” contra Ruben Vardanyan. No hay delito, ni juicio, ni veredicto. No hay ley alguna.
Solo existe la tiranía ancestral: el despotismo, el encarcelamiento y, finalmente, el sufrimiento – la tristeza, la injusticia y la muerte. La muerte del acusado; la muerte que padecen su familia, sus amigos, sus partidarios, y quienes fueron tocados por su generosidad infinita y su amor a menudo infructuoso.
La vieja, antiquísima historia de la desigualdad, la crueldad y el mal interminable de la impunidad.
¿Cuál sería, en cambio, el “veredicto” justo de un mundo mejor? ¿La clemencia soberana? ¿Un intercambio de prisioneros? ¿Una disculpa profunda del carcelero al encarcelado? ¿Indemnizaciones económicas para la familia, los amigos y otros? ¿Gestos? ¿Vidas marcadas, tiempo irrecuperablemente perdido? ¿Remordimiento? ¿Rabia? ¿Arrepentimiento?
No. Nada de lo anterior. Todas son respuestas repulsivamente inadecuadas frente a los crímenes cometidos.
Ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo Testamento ofrecen siquiera una respuesta remotamente adecuada.
Así, a mi amigo largamente admirado, hermano, colega, ejemplo de amor y generosidad infinitos, solo puedo sugerir, con vergüenza, la amarga recompensa del martirio a una humanidad que aún es incapaz de desplegar una inteligencia acorde con su ilimitado potencial para el mal, mientras espera en vano la bendición misteriosa e inaprensible de una fortuna cruel y aleatoria, el demonio corrector del azar ciego.
Le deseo toda la fuerza posible para sostener, con magnífica grandeza, lo insoportable, frente a quienes ejercen un poder y una riqueza no ganados ni merecidos.
A mi amigo profunda y largamente admirado y amado,
Ruben Vardanyan – heroico, poderoso y jamás olvidado abanderado de la Humanidad que nos concierne a todos,
R. Freeman